Siempre he sentido una fascinación enorme por las fogatas, las chimeneas, el fuego y todo lo que alrededor de él confluye: desde la misma preparación, recoger la leña, organizarla, alistar las astillas y encender la chispa que dará vida a las flamas.
La forma de los leños, su color, el olor, casi me abren las puertas a esa experiencia, adoro ver cómo la madera tiene sus vetas de distintos tonos, los matices de las cortezas, las texturas, todo me anuncia un crepitar ante el calor de modos mágicos, olores que inunda el ambiente, el humo que dibuja en el aire sus formas insinuantes y fugaces, el calor que me abraza y enciende mis mejillas como una caricia amorosa.
Cuando se enciende las primeras briznas, para dar comienzo al fuego, me divierte ver cómo van surgiendo tímidas lenguas de fuego, casi pálidas, amarillas y ansiosas por más alimento, el ir colocando cada vez trozos más grandes, hasta que estalla con frenesí y abraza el primer leño seco hasta doblegarse bajo su ímpetu y la fuerza de las llamaradas dominan por completo los leños que se abrazan a ellas rendidos, enamorados.
Los vívidos tonos rojizos, azules, dorados, blancos, verdes, entre mil fulgores que si está de noche, dejo las penumbras se mezclen entre estas luces incandescentes, seductoras e impertinentes, casi agresivamente rompen la negritud del ambiente, parecen jugar con las sombras a un indescifrable coqueteo que dibuja en el fondo de la chimenea formas que se contorsionan al ritmo en que arde la leña y el fuego se apodera majestuosamente del tiempo.
Silva el vapor que escapa entre las brazas ardientes, huye del calor, trayendo consigo el aroma a bosque, a resinas de pino, eucalipto, roble y otras que a veces no se pueden identificar. Entre este hermoso velo blanco, cálido, saltan también pequeñas cenizas brillantes que danzando entre el fuego, al ritmo frenético del crepitar de la madera; se esparcen por todos los rincones y sigilosamente van llenando el lugar con su blanca, aterciopelada y sutil presencia. Pero, existen muchas cenizas que logran remontar el vuelo al firmamento, se escapan por la chimenea, se elevan en el caliente aire hacia el cielo, y me gusta pensar, que llegan a las estrellas, y junto a ellas, se funden en un ardoroso abrazo el cual termina siendo eterno, y cada vez q se enciende una hoguera en cualquier parte del mundo, ellas se reúnen a brillar hasta el fin de los tiempos.
Será entonces, que el universo es el refugio de las cenizas brillantes que se ganan el derecho a arder para siempre? Si es así, entonces seguiré encendiendo fogatas y chimeneas, en cada chispa que se eleve, irá una parte de mí al infinito donde me quedaré junto a ellas y formaré un manto de brillos para vivir eternamente entre el fuego que diluye el tiempo y cualquier dimensión.
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